(CONTINUACIÓN)
Estuvimos paseando por la Puerta del Sol y decidimos subir por la Calle Preciados. Es una zona peatonal puramente comercial, con mucha gente y llena de tiendas. Por la rambla se repartían diversos artistas y mendigos con la única finalidad de obtener unas monedas por sus miserias o por sus espectáculos. También había diversos músicos con y sin talento que amenizaban el ya de por sí bullicioso espacio. Yo me detuve atraída por un grupo de hombres que con sus violines, chelos y contrabajos emitían una melodía. Reconocí que iniciaban una de las estaciones de Vivaldi, el “Otoño”.
Adoro la música. Empecé mis estudios musicales a los 4 años, hice solfeo, piano, flauta, guitarra, violoncello, canto…. He estado media vida tocando piezas, estudiando, enseñando, practicando, llorando a través de ellas…En Madrid no me he podido permitir traerme el piano o comprarme uno, que es lo que más me gusta, así que echaba de menos una barbaridad poder interpretar lo que sentía a través de una canción.
Mientras escuchaba, por unos momentos rememoré los tiempos en los que parloteaba a través de las melodías. Pensé en lo sencillo siempre había sido llorar o reír a través de ellas. Tenía la canción adecuada para cada momento: cuando me gustaba aquel chico y pensaba en él, cuando no me hacía caso, cuando me saludaba, cuando me enfadaba con mis hermanos, cuando me sentía triste…. Me parece increíble el lenguaje universal de la música. No se precisan palabras.
Escuchaba el “Otoño” y visualizaba las hojas marrones en los bosques, desplomándose de los árboles hacia el suelo, balanceándose entre ellas, bailoteando. Me parecía extraordinario pensar que esas hojas que antes irradiaban alegría y jugueteaban con el viento desde el árbol, ahora se diluían y pasaban desapercibidas en los suelos. El ciclo de la vida está presente, crecerán los tallos, rebrotaran las hojas… pero jamás serán las mismas.
Como yo. Sabía que después de ese fin de semana jamás sería la misma.
Shamu me gustaba desde hacía mucho, y el día del sauce llorón en mi cuerpo se despertaron emociones nuevas, sensaciones desconocidas y que yo mantenía dormidas adrede. Siempre había creído que él era fruto de la glorificación de los chats, de una ilusoria e inexistente realidad, o tal vez mi mente así había querido creerlo. Pensaba que eran el deseo de sentirme querida lo que le hacía tan atractivo a mis ojos. Siempre había sido muy tierno y en todo momento había estado pendiente de mí. Jamás me sentí sola a su lado. Me cuidaba y me gustaba sentirme protegida. Lo llamaba ilusión. Quizás amor. Pero quizás.
El fin de semana no había sido como yo esperaba. Sabía que había venido por mí pero no creí que saldría tan mal parada. Había descubierto que lo que sentía iba mucho más allá de un sentimiento altruista o utópico, iba más allá de una ilusión. Le amaba y le deseaba de verdad y eso me mortificaba. No podía soportar quererle desde tan adentro, era como una espina para mi corazón suturando mis ganas de vivir, impidiéndome respirar. Odiaba la inestabilidad y la fragilidad que me causaba ese sentimiento.
Yo estaba ensimismada escuchando la melodía, presa de mis pensamientos. Y siquiera me di cuenta que Shamu me tenía abrazada por detrás, con sus manos en mi cintura y su cabeza apoyada en mi hombro, escuchando conmigo. No recuerdo en qué momento se acercó y me rodeó con su cuerpo, pero cuando lo percibí lo retiré, entre triste y enfadada por saber que le amaba.
-
Ais… para ya, hombre…! – exclamé apartándole y liberándome de su contacto.
Shamu rio. No sé que tenía de gracioso.
Entre la multitud se oyó un sonido metálico. Un ring ring.
-
Oye - le dije –
no es tu teléfono el que suena?
- Uy.. Sí..!
Rápidamente puso sus manos en los bolsillos buscando el teléfono. Yo le miraba intrigada y curiosa por saber quién sería. Shamu desplegó la pantalla del teléfono y en su cara se dibujó una enorme sonrisa de sorpresa al ver quien era:
Cometa.
" El que no tiene celos no está enamorado."