Querido
diario,
Uff…. qué hora será…que mal me encuentro…madre mía que dolor de cabeza…
Parpadeé varias veces intentando que mi mente reconociera el lugar en el que me encontraba. Todo estaba oscuro y en la más completa serenidad. Estaba en una cama. Aunque había muy poca luz, la poca claridad que penetraba por la ventana me permitía percibir un bulto y la silueta de un hombre a mi lado. A mi lado había alguien y por la respiración, debía estar plácidamente dormido.
Con muchísimas dificultades comencé a reconocer el sitio…la habitación de la casa rural…¿Shamu? ¿ese sería Shamu?
Joe… quién sino…
Me incorporé de la cama intentando recordar en qué momento se había acostado a mi lado. Todo era muy difuso en mi mente y sólo aparecían imágenes inconexas que me costaba mucho enlazar. Estaba en el otro lado de la cama, girado, inmóvil y no roncaba. Parecía estar profundamente dormido.
Qué dolor de cabeza…que sed tengo….
En cuanto me erguí reparé en que no llevaba ropa. Se me hizo todo aún más confuso.
No recuerdo haberme desvestido…ni haberme acostado en la cama….uff….¿desnuda?…
Tenía lagunas mentales e intentaba repoblarla con recuerdos, pero la cabeza me iba a estallar y tenía muchísimas dificultades para encontrarlos dentro de mi cabeza.
Cuando logré acostumbrarme a la oscuridad me pareció identificar la camisola de Shamu en una silla. Me levanté de la cama, la cogí y me la puse. Hacía frío. Luego, me dirigí sigilosamente hacia el cuarto de baño cerrando la puerta tras de mí.
Madre mía que mal me encuentro…
Traté de encontrar el interruptor y encendí la luz. Sentí el dolor en mis retinas y tuve que cerrarlos momentáneamente para acostumbrarme a la claridad. Al abrir los ojos la fantasmagórica imagen que me devolvió el espejo me sobrecogió: palida, despeinada, con ojeras, no me había quitado el maquillaje y tenía el rimmel corrido. Observé con atención mis ojos y percibí que tenía pintitas rojas alrededor de mis párpados.
Uff…¿y estos moradines?...es como si hubiera llorado…
Mi mirada se dirigió hacia el wáter y en mi mente se dibujó una imagen borrosa de horas antes, tirada en el suelo, devolviendo y abrazada en ese mismo retrete…
… o vomitado…ufff, Thais!
En ese momento sentí una oleada de vergüenza subiéndome desde lo más profundo del estómago. En mi mente se iban dibujando imágenes y escenas que había compartido con Shamu pocas horas antes y, a medida que iba recordando, más angustia y turbación me entraba.
Me encontraba fatal, me dolía la cabeza, tenía la boca como una zapatilla y tenía dolores por todo el cuerpo. Estaba cansada y el día había sido muy potente: la visita al pueblo de Esles, la excursión por el bosque, la discusión con Shamu en el rio, la huida bajo la lluvia, su declaración de amor, la cena, el baile… Se me agolpaban los pensamientos y me mareaban.
Madre mía el baile….
Otro pinchazo de angustia agitó mi cuerpo.
Que bochorno, Thais, madre que vergüenza… Ufff… como le miro yo a la cara…
No recordaba demasiados detalles pero sí algunas escenas y me sentía totalmente arrepentida de mis actos. Me sonrojé al recordar que en algún momento le había estado metiendo mano descaradamente a Shamu.
Ufff… le dije que me hiciera el amor….
Me tapé la cara, como si eso pudiera ayudar en algo a que esas turbadoras visiones y recuerdos no se aglomeraran en mi mente.
Que vergüenza, Thais, que vergüenza, quien te mandaría beber de esa manera? Qué pensará Shamu de ti, ahora…
Abrí los ojos de nuevo y me miré al espejo. Estaba horrible. Seguidamente abrí el grifo y me lavé la cara.
El agua fría aliviaba mis ojos. Bebí. Sentía la boca como el cartón y un gusto espantoso. Reparé en mi neceser en el alfeizar de la ventana y me acerqué a él para sacar mi cepillo de dientes. El mentol refrescó mi boca pero no la congoja de pura vergüenza que sentía en mi interior. ¿Cómo iba a mirarle a la cara después de lo que había hecho? A los chicos no les gustan las chicas que beben, de eso estaba segura. Recordé mi juventud y la cantidad de juergas que me pegué durante mi etapa de delirio adolescente. Salía con un grupo mayoritariamente de chicos y recuerdo en una ocasión en la que la novia de uno de ellos se cogió una cogorza y salió el tema de las chicas frente a la bebida. Casi todos decían que una tía borracha era lo más cutre que había. Que si no se sabía beber que no se hiciera. A mí me pareció un comentario machista y entablamos una polémica en la que yo defendía que era tan cutre una cosa como la otra. Quedamos en tablas pero se me quedó grabado el pensamiento que poseía a la mayoría de chicos de la pandilla respecto a una chica ebria, aunque ellos mismos de emborracharan todas las noches.
Había tenido una adolescencia bastante intensa y en bastantes ocasiones había puesto en peligro mi vida por haberme cogido una buena moña y coger la moto o el coche. Fueron unos años de bastantes estupideces y en los que coqueteé irresponsablemente con muchos vicios de los que no debía siquiera gozar de curiosidad. La mayoría de veces, cuando recuperaba la cordura a la mañana siguiente, me reprochaba mis actos, palabras o acciones y me avergonzaba de ellos. No me sentía orgullosa, pero era muy difícil establecer un corte con mi entorno sin quedarme completamente sola. En una ocasión en la que me acompañó la lucidez observé como a mí alrededor sólo existía un mundo en el que la amistad se enmascaraba entre el alcohol, drogas e incluso sexo. Todo era ficción y conveniencia. Si bebía o fumaba, mi grupo me aceptaba: estaba dentro de ese mundo. Y si no, estaba totalmente desubicada en los lugares o rincones en los que frecuentábamos. Al principio era divertido, pero con el tiempo me fui percatando de que mi entorno cada vez estaba más pasado de rosca y necesitaban ir a más. Yo no podía seguirles, no quería seguirles! Una cosa era emborracharse o fumarse algún que otro porro de marihuana o costo, pero yo no quería subir más peldaños de ese tipo para sentirme alguien. Observaba a los veteranos del lugar….y lo único que sabía era que yo no quería terminar así. Fue entonces cuando tomé la decisión de marcharme de mi pueblo y cortar radicalmente con todo aquel mundo de vicios y falsas amistades. Me prometí a mi misma que reharía mi vida y que no volvería a perder el control debido al alcohol u otra sustancia. Una cosa era beber de vez en cuando y otra, distinta, volver a escondidas bebida a casa todas las noches. Era joven y si bien no tenía claro lo que quería de la vida, sabía muy bien lo que no quería de ella: no iba a ser ni una alcohólica ni una drogadicta.
Lo estuve pensando durante unos meses y a los 22 años me fui del pueblo e inicié mi vida en Madrid. Comencé a sufrir otras preocupaciones mucho mayores que la de decidir en qué discoteca o pub íbamos a bailar esa noche, por lo que sobrevivir con poco dinero en la gran ciudad pronto hizo que se me olvidara y superara con rapidez mi etapa de locura adolescente.
Habían pasado muchos años desde esa sensata decisión. Cada vez que regresaba a mi pueblo y me encontraba con alguna antigua amistad, confirmaba que había tomado la decisión correcta y no me arrepentía de ello. Pero… esa noche, con Shamu, todo volvió a mi mente como si no hubiera pasado el tiempo. Sentí que había fallado, que había vuelto a perder el control de mis actos y que no había sido fiel a mi propio juramento. Me sentía como una quinceañera que no sabía beber y en mi propia exigencia, no era capaz de disculpar mi desliz.
Que vas a hacer ahora? me pregunté a mi misma. Tenía lagunas y no recordaba todas las cosas que le había dicho a Shamu, pero los que recordaba, me hacían sonrojar de lo lindo de pura vergüenza.
Recordé que estaba desnuda en la cama cuando desperté. Sólo llevaba las braguitas, pero nada más y una incisión de remordimiento me invadió.
Uff… no habrás hecho el amor con Shamu, no, Thais?
No recordaba haber tenido sexo con él, pero sí la descarada forma en que me insinué y abiertamente le metí mano. No me reconocía. Cuando me gustaba alguien de verdad era mucho más vergonzosa y no actuaba con tanto atrevimiento. De hecho, era más bien pudorosa!
Pensé en que si me había acostado con él… no me había enterado de nada y eso me resultó penoso.
Mi primera vez… y ni la recuerdo….
Volví a mirarme en el espejo y la imagen no había mejorado lo más mínimo. Rápidamente retiré la mirada. Estaba tan avergonzada que no soportaba ni mi propio reflejo. Apagué la luz del baño y salí de ese cuarto. Me detuve unos minutos en el pasillo hasta que mis ojos se volvieron a acostumbrar a la oscuridad. Enfrente, a través de la puerta de la habitación, podía adivinar la silueta del cuerpo de Shamu durmiendo plácidamente en la cama.
No puedo volver ahí con él y mirarle a la cara….
Sentí tanta vergüenza que dirigí sigilosamente mis pasos hacia la escalera, rumbo a la planta de abajo. Apenas quedaban unos pocos rescoldos en la chimenea y hacía algo de frío, pero me dio igual: me senté en el suelo, me abracé las piernas…y con el máximo silencio que la ocasión me permitía… rompí a llorar.
"Hemos de proceder de tal manera que no nos sonrojemos ante nosotros mismos."