Querido diario:
¿Cuántas veces habremos mirado a nuestro alrededor con desprecio, criticándolo, inconformistas, ambicionando cambios? ¿Cuántas veces refunfuñamos por lo que nos dicen nuestras madres, padres, hermanos, novios, maridos, familiares o amigos? ¿Cuántas veces callamos cosas bonitas, piropos y halagos hacia los demás? Pero sobretodo…¿Cuántas cosas bellas, bonitas y buenas habremos convertido en rutinarias en nuestras vidas?
No nos engañemos: tenemos muchísima suerte y no nos percatamos de ello.
Deberíamos sentirnos agradecidos por tener una casa en la que dormir, comer y vivir todos los días. Tal vez es pequeña, vieja, necesita reparaciones, ampliaciones o reformas. Quizás sobra gente en ella. O falta. Pero es nuestro hogar al fin y al cabo. ¿No es eso una suerte? ¿Qué tal no tener techo en el que dormir esta noche?
Deberíamos sentirnos agradecidos por tener un trabajo. Quizás nos exploten, cobramos poco, no nos guste lo que hacemos, nuestros compañeros, nuestros jefes…pero, es nuestro trabajo. Nos da dinero, independencia, nos enseña a sobrevivir y a enfrentarnos a situaciones, nos pone a prueba, nos forma, nos hace conocer gente nueva con otras experiencias y eso, ciertamente, nos enriquece. Un trabajo te marca un ritmo de vida, hace que tengas que levantarte con un objetivo y unas tareas para ese día. A todos nos gusta sentirnos útiles, realizados y saber que tenemos “algo” que hacer. Si lo pensamos detenidamente, nuestra mierda de trabajo…¿a que es fantástico?
Deberíamos sentirnos agradecidos por estar sanos y gozar de salud. Todos tenemos achaques y averías, quién más y quien menos adolece de cosas. Nos gustaría estar flacas, morenas, blancas, sin pelos en las piernas, rubias, pelo liso, morenas, altas, esbeltas… pero…no existe la perfección. Por eso, además de bajitas, morenas, miopes y rechonchas, padecemos de hipertensión, otitis, obesidad, pecas, resfriados, migrañas, gripes, pólipos, anemias, tiroides, infecciones, etc. Pero afortunadamente, la mayoría de enfermedades que nos acechan son bastante llevaderas y nos permiten proseguir con buena calidad de vida. Innegablemente, eso sí que es una gran suerte.
Deberíamos sentirnos agradecidos por nuestras parejas. Todos tenemos nuestro carácter, nuestros defectos, nuestras manías y hemos discutido millones de veces con ellas. Decimos que estamos hasta el moño, hasta las narices de según qué actitudes o comentarios. No se hacen la cama, no friegan platos, no levantan la tapa del retrete. A veces, ni se acuerdan de cumpleaños, santos o fechas señaladas. Incluso nos ponen en ridículo o aprietos ante nuestras amistades. Pero desde luego, y a pesar de todo, poder contar con una persona al 100%, pase lo que pase, saber que tienes el apoyo incondicional y que alguien comparte tus mismos sueños, es una gran suerte.
Creo que muchas veces se nos olvida todo lo bueno que la vida nos ha ofrecido. Cuantas veces tampoco valoramos correctamente aquello que nos rodea! Relegamos en un segundo plano aspectos y personas verdaderamente significativas para nuestra existencia debido a la propia rutina o porque nos hemos acostumbrado a ellas. Tal vez nos han costado mucho esfuerzo tenerlas, pero llevan tanto tiempo en nuestras vidas que siquiera las apreciamos como se merecen.
Diario, mi historia de hoy es muy triste. En el fondo, es un grito al
Carpe Diem. Decididamente, creo que tenemos que recordar todos los días que estamos vivos y que tenemos un corazón con el que sentir, para bien o para mal, pero para sentir y tener emociones. La vida es un regalo y es necesario que nos concienciemos que hay que aprovecharla al máximo y sacar pleno rendimiento de ella. Deberíamos tener la obligación de vivir todos los días como si fuera el último y no dejar deudas emocionales con nadie para el día siguiente. Siquiera debería ser una opción.
Todos sabemos que nuestra existencia en cualquier momento puede dar un giro inesperado: los famosos puntos de inflexión que marcan un antes y un después en tu vida. Son esos instantes de tiempo en los que tras ellos, las cosas jamás podrán volver a ser iguales.
Una de mis amigas del trabajo, con la que suelo desayunar cada día, llevaba un par de semanas sin acudir a la oficina. Sabía el motivo: hace apenas un par de meses a su pareja le detectaron un cáncer fulminante de pulmón del que le daban muy pocas esperanzas y estaba ingresado. Con 36 años y 2 niños, (1 y 3 años) eso te cambia radicalmente la concepción de la vida.
Ella siempre ha sido muy reservada para contar sus intimidades y yo lo he querido respetar siempre. Para lo que ha querido contarme, me ha tenido, y para lo que no, también. Pero sé que le molesta que la sonsaquen información y aunque existe plena confianza y afinidad, evito caer en ello. Es una cuestión de deferencia o consideración hacia ella.
En estos últimos meses pocas veces le he preguntado si había reaccionado bien a los diversos tratamientos de quimioterapia o qué tal estaba. Eso último me parecía evidente. Ella me ha contado lo que ha querido en el momento que lo ha necesitado. Yo, aún preocupada, no he querido sacar el tema. Entiendo que si ella acudía al trabajo era para evadirse, no para revivir su tediosa realidad dando explicaciones al respecto.
Para mi suerte, otra compañera no opina igual que yo y ha sido quien me ha ido contando la evolución de la enfermedad de su chico. Menos mal que cada persona tiene aptitudes distintas y entre las suyas están las habilidades sociales, por eso ha podido tantearla y tenerme informada sobre el estado de ambos. Decididamente, a veces no es tan bueno ser tan considerado ante la vida de las personas que te importan!
En estas semanas ha tenido una recaída y lo han tenido que ingresar. Afortunadamente ya está en casa, pero la enfermedad sigue su curso, está muy extendida y su cuerpo no responde a los tratamientos. Por desgracia, nos guste o no, todos sabemos cuál es el final de esta temible y espantosa enfermedad.
Se me hace inhumano imaginar cuál debería ser mi reacción si supiera que el desenlace de alguien muy importante en mi vida está inevitablemente próximo. Creo que en un momento así se te pasan mil cosas por la cabeza y no eres capaz de reaccionar o priorizar. ¿Cómo estar cuando sabes que tu vida va dar un magnánimo y desagradable cambio? ¿Qué hacer?
Creo que debe ser extremadamente duro y no quisiera jamás encontrarme en su piel.
Ella ha decidido casarse con él. Lleva meses tramitando los papeles para el matrimonio pero la misteriosa burocracia de este país obstaculiza las cosas más simples y siempre aparece documentación nueva que te obliga a seguir esperando… para un simple “sí, quiero”. Lo había intentado varias veces y siempre eran problemas. Finalmente, se le habían caducado los papeles. Hace 3 semanas, con otro susto, volvió a iniciar los trámites pero los misericordiosos funcionarios no querían agilizar su expediente, a pesar de las circunstancias: le decían que mínimo 8 meses para obtenerlos. Afortunadamente, el destino quiso que en un juez estuviera presente en una de sus súplicas para agilizar los trámites de los papeles para el matrimonio. Tuvo la gran humanidad de comprender la excepcionalidad de la situación y de saber que el tiempo jugaba en su contra: la misma tarde que se enteró se ha personó en el hospital, y a pie de cama, ha rubricado el amor que ambos se profesan. Un amor lleno de esfuerzos, de luchas, de controversias para conseguir estar juntos, de lágrimas, de pugnas ante los aprietos en los que se han visto envueltos por otras personas. Sin lugar a dudas, si dos personas merecen estar juntas, son ellas. Nobles, generosas, buenas, combativas y de gran corazón.
No es justo,
diario.
Hoy, en mi cabeza y mi cuerpo estremecido, retumba una y otra vez su descriptiva frase:
“
Lo que debía ser el día más feliz, ha sido el día más triste de mi vida”
Aprovecha el momento.