Si me hubieran dicho hace casi cuatro años, cuando estaba sentada en un bar y “planificando” con mi marido en una servilleta cuál era la fecha perfecta para ser padres, por todo lo que íbamos a pasar, no lo hubiera creído. Hubiera dicho “imposible, yo no soy capaz de soportar tanto dolor”. Y sin darte cuenta, eres tú, TÚ, la que has llegado hasta este punto.
Mis primeras preocupaciones al respecto llegaron en el verano de 2011, cuando me dijeron que estaba mal vacunada de la rubeola. Tenía que volver a vacunarme y firmar un documento donde afirmaba no quedarme embarazada en los próximos 3 meses (qué surrealista todo ahora que lo veo en perspectiva). Así, la Seguridad Social se aseguraba de que yo no les reclamaría daños si me embarazaba y había problemas. Lo pensé mucho, calculé y analicé los pros y los contras, y decidí que 3 meses más o menos no importaban. A los pocos días, firmé y me vacuné.
Unos meses después, el día 31 de diciembre de ese año, hizo aparición la que debía ser mi última regla antes de empezar la “búsqueda”. Ahora que lo leo, curioso también ese término de “buscar”… buscar un bebé? Una familia? La felicidad? Bueno da igual, por aquel entonces no era consciente de todo lo que tenía que buscar, y de lo mucho que iba a desear “encontrarlo”.
Qué bonitos aquellos meses, de ilusión, de inocencia al pensar que tu cuerpo funciona como debe y que pronto llegará un día que dirás “uy, hace días que no me viene la regla, no?”. Pero no, no siempre es así, y los meses pasan y pasan, y sin darte cuenta, miras el calendario echando cuentas. Y no sabes cómo, pero de repente te levantas una mañana pensando “estoy ovulando, hoy nos toca hacerlo”. Y ahí todo cambia, se acabó la parte bonita de la “búsqueda”. No sabes cómo ha ocurrido, pero desde ese día hay un antes y un después.
Por esas fechas ocurrió algo que me hizo llorar por primera vez durante la “búsqueda”. En una revisión ginecológica aparece un pólipo en el útero, que podía estar impidiendo la implantación. Quizás ahora lo veo, con todo lo transcurrido desde entonces, y es una tontería, pero en ese momento, no lo fue. Una biopsia bastante dolorosa y unas cuantas semanas después confirman que es benigno, un alivio, la verdad. Tras muchos meses intentando que la Seguridad Social me hiciera caso, opté por sacarme un seguro privado, y a comienzos de 2013, en cuanto pude, me lo quité. Pufff, ahí empezó mi enemistad al cytotec, y por aquel entonces no sabía que desgraciadamente íbamos a coincidir más veces.
Otro año más de “búsqueda no bonita”, con sus correspondientes test de ovulación, gráficos de temperatura, el preseed, el onagra, el ovusitol, el androferti y todas esas cosas que aunque ayudan, te vuelven una auténtica loca y obsesionada en la “búsqueda”. A esto tienes que añadir que de repente te conviertes en una experta de la fertilidad, y palabras como LH, FSH, histerosalpingografía (madre mía lo que he tardado en aprenderme esa palabra!), antimulleriana, REM, etc. se introducen en tu vocabulario diario sin apenas darte cuenta. La carpeta que creaste en el escritorio con un par de documentos, ya está llena de análisis, artículos, páginas webs, teléfonos de médicos, y un millón de cosas más.
Y cuando ya estás tan cansada que la única solución que encuentras es una FIV, justo en ese momento, tras 24 meses de búsqueda, unos días antes del primer pinchazo del tratamiento, aparece nuestro positivo. El día de Reyes, no lo olvidaré nunca. Era tan bonito que no parecía real. Lo que hubiera sido un sueño perfecto, a las 7 semanas se convirtió en mi peor pesadilla…no había embrión. Y entonces todo se derrumba, y descubres que ya no volverás a ser la misma persona. Ese primer legrado fue muy doloroso, con contracciones fortísimas y donde se confirmó que no tolero bien el cytotec.
Pero, para mi propia sorpresa, de pena no se muere nadie, y poco a poco vas saliendo del hoyo, y piensas “si lo hemos conseguido una vez, porqué no lo vamos a conseguir una segunda?”. Y de nuevo, vuelve la “búsqueda”, bonita a algunos ratos, y no tan bonita a otros. Y zas, a los seis meses del primer positivo, vuelve a ocurrir! Pero qué alegría tan grande!! La peor consecuencia de haber pasado por un aborto es que esa alegría no dura mucho. A los pocos días, el miedo a que vuelva a ocurrir está presente y no te deja ni un minuto. No puedes evitar comparar un embarazo con el otro, y volverte literalmente loca con cada síntoma que tienes. La que haya pasado por esto, me entenderá perfectamente. Y a falta de un ecógrafo en tu casa, te agarras a la estadística: lo normal es que no vuelva a pasar. Los días pasan a una lentitud desesperante, las horas se hacen eternas y las noches infinitas, contando los días que faltan para tu primera eco. Recuerdo ese momento como si fuera ayer, los nervios de mirar a la pantalla esperando ver “algo”, y la sensación de vacío cuando, de nuevo, las medidas no cuadran con las semanas de embarazo. Ahí es cuando tu mente se agarra a lo que sea para no venirse abajo, y echas cuentas con el calendario por delante para que todo “cuadre”. Las dos semanas siguientes no se las deseo ni a mi peor enemigo. Y cuando llega el día de la eco, te falta el aire. No fui capaz de mirar el monitor, sólo rezaba y me esforzaba por no formar un numerito. Cuando el médico me dijo que había dejado de latir, creí que el corazón me explotaría de tanto dolor. Las horas siguientes las recuerdo como a cámara lenta, como si lo viera todo en una película y esa persona no fuera yo. Al día siguiente, segundo legrado y tercer encuentro con el cytotec. Para qué vamos a recordar aquello, fue muy doloroso. Y las semanas siguientes, tristísimas.
Pero de nuevo, sacas fuerzas de donde no sabías que las tenías, y vuelves a la carga, haciéndote analíticas y visitando médicos que te den una explicación lógica a tan mala suerte.
Y en esas estamos ahora, de nuevo en la “búsqueda”, que aunque te esfuerzas porque sea bonita, es agotadora, y el miedo lo ocupa todo. El miedo a que pasen los meses y el positivo vuelva a hacerse de rogar como la primera vez. El miedo a que cuando llegue, no se quede conmigo. El miedo a que tanta pena me impida volver a ser la que fui. El miedo a otra Navidad sin un pequeño en casa. El miedo a que un día no pueda más y tire la toalla.
Pero no, sabes que seguirás luchando, intentando conseguir lo que la mayoría de la gente tiene sin apenas esfuerzo, porque sabes, que hasta entonces, no serás feliz.
Porque he descubierto que no soy la persona que creía que ser, que soy mucho más fuerte de lo que nunca imaginé. Porque tengo a mi lado al amor de mi vida que no deja que me caiga, y que cuando lo hago, me levanta. Porque aprendí mucho de este tema, y quién sabe a quién podré ayudar en su “búsqueda”. Porque conocí a mujeres fantásticas que están a mi lado y hacen el camino más sencillo. Porque te das cuenta de quién merece la pena y de lo mucho que te quieren algunas personas. Y porque sé que llegará un día, que podré decirle a nuestro hijo, “todo mereció la pena por ti”.